En España, las elecciones de 1936 dieron a la Unión de Partidos Republicanos, que iba desde el centro hasta los comunistas y anarcosindicalistas de extrema izquierda, la mayoría en el Parlamento. El nuevo jefe de Gobierno, Manuel Azaña, era un notable representante de la izquierda burguesa, y la obra reformadora se llevó a cabo bajo su dirección con un programa moderado centrista. Sin embargo, esto no detuvo los actos de violencia, y un asesinato político fue la causa que desencadenó un conflicto que se sentía en el ambiente desde hacía tiempo.
La eliminación del líder de los conservadores, José Calvo Sotelo, en realidad fruto de una venganza personal, dio a las fuerzas reaccionarias la ocasión que buscaban. El 17 de julio de 1936, los oficiales desplegados en Marruecos se amotinaron, asumiendo el mando el General Francisco Franco, porque el primer jefe de la sublevación, el General Sanjurjo, falleció en un accidente aéreo. El movimiento rebelde se extendió a muchas guarniciones españolas, y los rebeldes pudieron asumir el poder en Sevilla, Granada, Salamanca, Zaragoza, Burgos, Valladolid y Vigo.
En cambio, en Madrid, Barcelona y otras ciudades, la revuelta fue reprimida con la acción combinada de las tropas fieles al gobierno, obreros y la Policía.
La revuelta de los generales desencadenó una cruel guerra civil que duró casi tres años, donde por primera vez se enfrentaron las ideologías imperantes en Europa.
Italia y Alemania ayudaron de manera masiva con hombres y medios a los falangistas de Franco, mientras las democracias occidentales se abstuvieron de cualquier intervención, permitiendo solo a los voluntarios de las Brigadas Internacionales acudir en socorro de las fuerzas gubernamentales.
Fallido el intento de ocupar rápidamente Madrid por los nacionalistas franquistas, decidieron en los primeros meses de 1937 proceder a la conquista del rectángulo cantábrico y a la frustrada operación en Vizcaya y Asturias, entre marzo y octubre de 1937, concluyendo con las sucesivas caídas de Bilbao (14 de junio), Santander (26 de agosto) y Gijón (21 de octubre).
El 26 de abril, con la incursión aérea sobre la ciudad vasca de Guernica, la Luftwaffe (aviación militar alemana) inauguró los horrores de la guerra aérea moderna.
La caída del frente cantábrico permitió a Franco operar con decisión sobre el frente madrileño-aragonés, y la gran ofensiva lanzada en marzo de 1938 lo condujo a las riberas del Ebro. La guerra estaba llegando a su fin, pero las operaciones de verano tuvieron que detenerse por exigencias políticas. Franco temía una intervención directa de Francia, preocupada por la presencia de fuerzas alemanas e italianas en Cataluña.
Superado el obstáculo gracias a la conferencia de Londres, que reiteró el principio de no intervención, los franquistas retomaron la ofensiva, rompiendo en diciembre varios sectores del frente adversario. El 26 de enero cayó Barcelona, y el 10 de febrero fue alcanzada completamente la frontera de los Pirineos.
La situación se precipitó, y el 1 de marzo Azaña renunció a la presidencia de la República. El día 6 asumió Negrín como jefe de gobierno. No obstante la resistencia opuesta de las tropas del coronel Casado, el 28 cayó Madrid y el 29 Guadalajara, Valencia y Cartagena. El gobierno de Franco, reconocido por Inglaterra y Francia, asumió el control total del país.
La guerra civil había costado a España más de un millón de víctimas y ruinas desastrosas.
Así, también en la Península Ibérica se instauró una dictadura de derecha que tenía en la Iglesia y en el ejército latifundistas los pilares que sostenían el poder de Franco.
Muchos afirman que ese conflicto fue la prueba general que explotaría después de pocos meses: la Segunda Guerra Mundial.
Ya los dos bloques se habían alineado, de una parte Italia y Alemania, y de la otra las viejas democracias europeas. La falta de iniciativas comunes por parte de los países democráticos ilusionó a las fuerzas nazi-fascistas, haciéndoles creer en una victoria fácil y también en una guerra para el control total de Europa.
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